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Texto publicado originalmente en Verso. Traducción: Marisa Pérez Colina
Las instituciones de poder blando y las demás herramientas que han sostenido hasta ahora la hegemonía global de Estados Unidos están siendo rápidamente descartadas por la segunda administración Trump. Incluso se ha renunciado por completo a la pretensión de defender la democracia, abogar por los derechos humanos y proteger la libertad. Esto no implica, sin embargo, un giro hacia el aislamiento, sino que por el contrario, representa los primeros pasos hacia un modelo poshegemónico que puede caracterizar las relaciones de poder globales en la próxima era.
Dicha tendencia se aprecia con mayor claridad si nos centramos en los dos niveles en los que se están redibujando los mapas globales: por un lado, se están transformando el mercado mundial y los espacios de producción y circulación capitalista; por otro, se reorganizan las fronteras políticas, a través de procesos renovados de expansión y anexión territorial. La dinámica entre ambos procesos de reordenación, en la que las fronteras políticas y las divisiones del mercado mundial algunas veces coinciden y otras divergen, revela las líneas principales del nuevo arreglo global en formación. Además, este proceso se acompaña de un régimen bélico cuyo desarrollo parece no tener fin, incluyendo guerras comerciales y conflagraciones militares.
Mapas superpuestos de espacios/territorios globales
Con la anexión rusa de Crimea en 2014 e incluso durante su invasión en toda regla de Ucrania en 2022, aún parecía que la táctica de expansión territorial del régimen brutal y autocrático de Putin suponía un retroceso a juegos de poder internacionales ya superados hace tiempo, así como una excepción susceptible de contenerse. Hoy, sin embargo, con las ocupaciones territoriales de Israel, no solo en Gaza y Cisjordania sino también en Líbano, Siria y quizá más allá, y las amenazas de Trump de anexionarse Groenlandia, Canadá, el Canal de Panamá e incluso Gaza, el paradigma de la conquista territorial parece haberse si no normalizado, sí, al menos, consolidado. Anders Stephanson vincula acertadamente los proyectos (o fantasías) de expansión territorial de Trump con la larga tradición estadounidense del destino manifiesto, aunque también debemos considerar este fenómeno en un marco más amplio. El hecho de que los territorios/espacios del mapa mundial vuelvan a estar en juego y en movimiento es un aspecto esencial de la reorganización de los espacios/territorios globales que se está produciendo en la actualidad.
Al mismo tiempo, los aranceles y las guerras comerciales se esgrimen como armas para reorganizar los límites y las condiciones del mercado mundial pese al riesgo de inflación, de agitación financiera y económica e, incluso, de recesión en Estados Unidos. Trump deja claro, también en este terreno, que descarta las prácticas de la hegemonía estadounidense.
Queda por ver si las formaciones capitalistas contemporáneas pueden seguir describiéndose adecuadamente con el término imperialismo
El sistema capitalista mundial ha acomodado muchas veces disyunciones entre estos conjuntos de límites cambiantes –fronteras nacionales y fronteras capitalistas–, pero en ciertos aspectos, las acciones de Trump, Putin y Netanyahu los están acercando y empujando a superponerse. Esta tendencia, que a la vez beneficia a fracciones específicas del capital pero también puede restringir el alcance general de los desarrollos y beneficios económicos, se corresponde, en algunos rasgos, con las teorías clásicas del imperialismo de principios del siglo XX. Queda por ver si las formaciones capitalistas contemporáneas, que entretejen el capital industrial y el financiero de distinta forma, pueden seguir describiéndose adecuadamente con el término imperialismo.
La división atlántica
La reorganización, tanto del mercado mundial como de las fronteras políticas precipitada por la guerra de Ucrania, excede de largo a los dos países directamente implicados. Desde el comienzo de la invasión rusa, es evidente que, además de Ucrania, Europa está destinada a ser la gran perdedora. Más allá de sus vicisitudes, las acciones de Estados Unidos han servido sistemáticamente para subordinar a Europa, si no desde un plan consciente sí, al menos, como tendencia objetiva. El apoyo de la administración Biden a Ucrania y su afirmación de la OTAN, y el posterior respaldo de Trump a Putin, acompañado de la retirada del sostén militar y la denigración de la Organización del Atlántico Norte, pueden leerse como un cambio radical en la política estadounidense. Es cierto que donde el primero subordinaba a Europa dentro de la Alianza Atlántica, el segundo socava aún más al viejo continente como actor político y económico unificado: pero Trump no rompe los vínculos entre Estados Unidos y Europa, solo apunta a una reorganización de las relaciones sobre la base de nuevas jerarquías y relaciones de fuerza.
La largamente discutida «autonomía estratégica» de Europa se está formulando finalmente, pero constreñida a un plan de rearme masivo
Un salto adelante en la integración europea parece estar sobre la mesa pero en condiciones de fragilidad política y con la amenaza constante de una derecha fascista cada vez más segura de sí misma. La largamente discutida «autonomía estratégica» de Europa se está formulando finalmente, pero constreñida a un plan de rearme masivo que pasa por construir un nuevo complejo militar-industrial y que se apoyará, de forma inevitable, en los fabricantes de armas estadounidenses e israelíes.
Los líderes políticos europeos que, sobre todo en Alemania, defendieron con mayor severidad los límites presupuestarios y los frenos a la deuda son precisamente quienes con mayor firmeza abogan hoy por el abandono de tales restricciones en el caso de los gastos militares. De forma irónica, si la «responsabilidad» presupuestaria estuvo ligada en el pasado a las políticas de austeridad, saltarse los límites presupuestarios se traduce hoy en una austeridad aún más dura en relación al bienestar social. Además, los designios europeos coinciden con una tendencia mundial hacia un «régimen de guerra» en el que el desarrollo económico, tecnológico y científico viene impulsado por lógicas securitarias y militares. Al mismo tiempo, el aumento de los gastos militares nacionales del plan «ReArmar Europa» complementa la estrategia de largo plazo de fortificación de las fronteras europeas y de repatriación de los migrantes que las atraviesan.
Los esfuerzos de Trump por restablecer unas relaciones «normales» con Rusia mientras corta el grifo a Ucrania y margina a Europa pueden suscitar algunos paralelismos históricos sugerentes. La imagen de una nueva Yalta, por ejemplo, pone de relieve los riesgos militares (y nucleares) de la situación actual y leer esta última como una repetición (invertida) del plan de Nixon para separar a China de la URSS permite subrayar lo profundas y difíciles de separar que son las actuales relaciones económicas entre Rusia y China.
No obstante, la coyuntura se entiende mucho mejor si consideramos las actuales acciones de EEUU y otros Estados en tanto esfuerzos por reorganizar los espacios del mercado mundial a menudo ligados a luchas por las fronteras políticas. Esta perspectiva nos permite ver el punto de inflexión en la historia del sistema mundial capitalista en el que nos hallamos.
El mapa de Oriente Próximo
El conjunto de conflictos en Oriente Próximo es, en varios aspectos, más complejo que la guerra de Ucrania y sigue en plena ebullición. Una vez más, los intereses económicos, aunque importantes, no explican completamente la situación. Evidentemente, Gaza es una pieza central pero la fantasía de Trump de apropiarse de la tierra, de expulsar a sus pobladores y de transformar la franja apunta a una realidad más amplia. Está claro que el petróleo desempeña un papel crucial en todos los enfrentamientos políticos de Oriente Próximo pero no necesariamente en la forma que a menudo se imagina. Así, si bien es cierto que a Estados Unidos no le urge en estos momentos petróleo del Golfo para consumo interno sí tiene, por el contrario, un enorme interés estratégico en acceder al petróleo de sus competidores, y entre ellos, al petróleo chino.
La competencia por las infraestructuras logísticas encaja con las luchas por el control de los recursos y su distribución
La región ha sido durante mucho tiempo un centro logístico marcado por una historia de conflictos intensos que se remontan a mucho antes de la crisis del Canal de Suez de 1956 y, en el momento actual, las luchas por las infraestructuras logísticas vuelven a cobrar protagonismo. Los Acuerdos de Abraham, por ejemplo, y el proyectado corredor India-Oriente Próximo-Europa no solo ponen de relieve la importancia del control territorial de Palestina, sino que también atraen al proyecto a Arabia Saudí y a otros Estados del Golfo. La competencia por las infraestructuras logísticas encaja con las luchas por el control de los recursos y su distribución, que tienen necesariamente una dimensión regional e implican, por ejemplo, la Ruta del desarrollo de Irak y el llamado Corredor medio que conectaría Turquía con China.
El único camino hacia la paz que ofrecen Estados Unidos e Israel exige un estado de guerra permanente, sustentado en el miedo, las amenazas, la violencia
El espectro y la realidad de la guerra planean sobre todos estos procesos. Aunque la estabilidad y la seguridad tanto de los grandes proyectos de infraestructura logística como de la extracción y distribución de recursos se basan en una pacificación efectiva y duradera de la región capaz de transformar los antagonismos profundos y de larga data, el único camino hacia la paz que ofrecen Estados Unidos e Israel exige un estado de guerra permanente, sustentado en el miedo, las amenazas, la violencia. Es cierto que la guerra y el comercio han estado siempre profundamente entrelazados, y no solo en esta región. Entendemos que el hecho de que el régimen de guerra sea una condición necesaria para el desarrollo económico aquí, teniendo sobre todo en cuenta la relevancia estratégica de Oriente Medio para la distribución global del poder y la riqueza, es un síntoma de los límites que acechan hoy la reorganización de los espacios globales y, en consecuencia, del mercado mundial capitalista. Y la visión distópica de una Gaza convertida en la «Riviera de Oriente Medio» no solo nos recuerda las prácticas genocidas israelíes de destrucción en la franja, sino también el saqueo y la desposesión que acompañan la proyección del poder global estadounidense. En estas condiciones, Palestina sigue siendo el nombre de la resistencia.
La tendencia poshegemónica
Si bien el momento actual de pleno apogeo de las guerras comerciales puede interpretarse como el final de la era de la globalización, dicha lectura implica un malentendido sobre el significado de esta última. El mercado internacional nunca ha sido, y jamás será, un edén de libre comercio con espacios de circulación fluidos. Tal y como Marx sentencia en los Grundrisse, en la tendencia a crear un mercado mundial «cada límite se presenta como un obstáculo a superar». El momento actual se caracteriza por una proliferación de límites a la expansión del mercado mundial capitalista, y esto se traduce en un conjunto de fracturas y de perturbaciones. La naturaleza tanto de los obstáculos como de las maneras de superarlos puede adoptar distintas formas, y este es precisamente el punto de vista desde el que la relación entre el capital y las configuraciones territoriales adquiere una especial importancia. El mercado mundial está siempre y necesariamente construido y organizado políticamente. Las perturbaciones que ha sufrido en las últimas décadas, durante la crisis de 2008, la pandemia y las diversas guerras, ya sea en los campos de batalla o a través de sanciones y aranceles, han puesto de relieve las características esenciales del propio mercado mundial. La tarea fundamental reside por lo tanto en identificar las barreras fundamentales así como los intentos de gestionarlas o de superarlas. Nuestro propósito no es reducir las guerras de Ucrania, Palestina y otros lugares a la dinámica del mercado mundial pero este es, no obstante, un terreno en el que dichas guerras también se desarrollan.
El abandono por parte de Estados Unidos de los instrumentos de organización hegemónica no significa que otro Estado nación vaya a asumir esa función
Nos hallamos en estos momentos ante la posibilidad de un sistema mundial no organizado por una potencia hegemónica, en el sentido en que lo entendieron Giovanni Arrighi y muchos otros. El abandono por parte de Estados Unidos de los instrumentos de organización hegemónica no significa necesariamente que otro Estado nación vaya a asumir esa función. La cuestión que se plantea es, por lo tanto, si este proyecto no hegemónico puede ser eficaz y duradero. Una multipolaridad centrífuga y conflictiva parece ser, de momento, una descripción adecuada del estado actual del mundo. Desde esta perspectiva, un régimen bélico persistente o, incluso, permanente comienza a aparecer como un elemento necesario tanto de la organización del mercado mundial como de las condiciones del desarrollo capitalista. Más allá de la «muda compulsión» de las fuerzas económicas, el mundo capitalista siempre ha requerido de violencia y de desposesión, y los regímenes de «libre comercio» capitalista siempre han dependido de las armas de los Estados dominantes y los regímenes imperiales. Una diferencia de la coyuntura actual es que no parece precisar de una legitimación del ejercicio de la fuerza en base a ideales democráticos o a misiones civilizadoras. La tendencia poshegemónica en la esfera global coincide claramente en este, entre otros aspectos, con el aumento en la esfera doméstica de los regímenes autoritarios y fascistas.
Ya no son los Estados los que despliegan empresas nacionales o transnacionales, sino que son estos conglomerados económicos los que imponen sus intereses a los Estados
Como hemos sugerido más arriba, muchos de estos acontecimientos parecen rescatar las características clásicas del imperialismo con la unión entre vastos monopolios capitalistas o cárteles y el poder de los Estados dominantes, junto con prácticas de expansión territorial. Hoy en día, estos colosales actores capitalistas son directamente políticos de un modo que no tiene precedentes. En efecto, más allá del papel político que siempre han desempeñado los procesos de acumulación gigantesca de riqueza, las grandes plataformas tienden a construir infraestructuras básicas de la vida social y económica, compitiendo con los Estados y emergiendo como actores gubernamentales directos. La dirección de mando parece haberse invertido y ya no son los Estados los que despliegan empresas nacionales o transnacionales, sino que son estos conglomerados económicos los que imponen sus intereses a las entidades estatales. Al tiempo, es preciso repetir que el espacio que Trump imagina para la proyección del poder económico estadounidense es un espacio restringido, lo cual implica un menor dinamismo económico. Este puede conducir a su vez a ciertos límites e, incluso, a ciertas contradicciones para la formación capitalista que parecen estar emergiendo en Estados Unidos, como por ejemplo las relativas a la posición del dólar como moneda de reserva mundial. Llegados a este punto convendría analizar dicha formación desde el ángulo de la composición del capital, las relaciones, jerarquías y fricciones entre las diferentes «fracciones».
El desarrollo económico internacional chino presenta sin duda un modelo distinto para las relaciones mundiales. Sin embargo, más allá de la retórica del libre comercio y de la cooperación beneficiosa para todos que promueve el Partido Comunista Chino, las acciones del gobierno chino se han caracterizado en los últimos años por una geometría variable de proyección del poder económico más allá de las fronteras nacionales, sobre todo a través de la Iniciativa «Belt and Road» y de la estrategia que Ching Kwan Lee denomina «China más allá de China». Pese a sus diferencias, el modelo chino también es un proyecto poshegemónico para redibujar el mapa del mercado mundial. La competencia con Estados Unidos y otras potencias regionales no está ni mucho menos excluida, pero interpretar esta coyuntura como una «nueva guerra fría» simplifica en exceso la geometría variable de la expansión económica, reduciéndola a una lógica de formación de bloques cuyas condiciones, obviamente, no puede decidir Pekín por si sola.
El próximo ciclo de luchas
Quizá es aún demasiado pronto para ver qué tipos de rebelión y de revuelta están por llegar. Cuando la niebla de la desorientación se disipe y la gente se adapte al nuevo contexto podremos analizar esta lucha en términos más concretos. Cabe identificar, no obstante, algunas líneas generales.
Los intentos de «volver a la normalidad» son completamente ilusorios tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo
Un buen punto de partida es reconocer que la mera resistencia se ha convertido hoy en una estrategia ineficaz y que los intentos de «volver a la normalidad» son completamente ilusorios tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. Hace falta vincular, por lo tanto, las prácticas de rechazo a un proyecto novedoso de constitución social. Esta es una de las razones por las que nos parece tan importante analizar los desarrollos capitalistas y la dinámica del mercado mundial –que es lo hemos tratado de hacer aquí–, pero también la organización de la lucha anticapitalista. Debemos combatir el fascismo, por supuesto, el régimen de guerra y las formas poshegemónicas de dominación global. Pero es preciso conectarlos además con las formas actuales de dominación capitalista, teniendo en cuenta que una de sus características distintivas es, como siempre sostenían Marx y Engels, que al perseguir su propio desarrollo el capital proporciona necesariamente tanto las armas para luchar contra él como las bases para constituir una alternativa poscapitalista.
La resistencia a las formas actuales de dominio mundial y una rebelión efectiva solo pueden provenir de movimientos y luchas sociales que sepan imaginar una vida más allá del dominio del capital
Ni el Estado chino, ni grupos de Estados que representan al «Sur Global» –como los BRICS o la Organización de Cooperación de Shanghai – van a liderar el camino hacia la liberación. Cualquier perspectiva de hegemonía, no solo estadounidense sino incluso «occidental», está siendo desafiada por cambios poderosos, capaces de abrir grietas y espacios para proyectos de liberación. Pero la resistencia a las formas actuales de dominio mundial y una rebelión efectiva solo pueden provenir de movimientos y luchas sociales que sepan imaginar una vida más allá del dominio del capital.
Tales movimientos y luchas se basan necesariamente en contextos específicos y territorializados, y se enfrentan en sus propios términos al capital, al autoritarismo, al patriarcado y al racismo; a la desposesión, al extractivismo y a la degradación medioambiental. Pero los movimientos son cada vez más conscientes de la importancia de abordar e impugnar la dimensión global de estos procesos y, por lo tanto, de la necesidad de movilizarse más allá de las fronteras y contra cualquier forma de nacionalismo. Hace falta un nuevo internacionalismo, enraizado en las realidades locales, nacionales y regionales pero capaz de ir más allá de ellas. Este nuevo internacionalismo puede impulsar el surgimiento de una política de liberación a la altura de los retos que hoy enfrentamos. La ruptura de «Occidente» y el declive de las prácticas hegemónicas pueden brindar una oportunidad a la invención política de nuevas conexiones para la lucha entre el Atlántico y el Pacífico, el Norte y el Sur y otras líneas divisorias.
Las fuerzas para arrancar un nuevo ciclo de luchas que sea capaz de desafiar el orden capitalista poshegemónico, salir del interminable régimen de guerra y combatir el dominio autoritario y fascista no han hecho más que empezar a converger. Así, aunque nuestras perspectivas pinten ahora tan sombrías, estas fuerzas asomarán, más pronto que tarde, en el horizonte.